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Cracovia II: Kazimierz y Podgorze, el barrio y el gueto judíos

  • Foto del escritor: Elena Castillo Sánchez-Pastor
    Elena Castillo Sánchez-Pastor
  • 28 feb
  • 3 Min. de lectura
encabezado dibujo cracovia

Como el Trastévere de Roma o Malá Strana de Praga, Cracovia también tiene un barrio alternativo, con locales y clubs para salir de fiesta, arte callejero y tiendas de segunda mano: se llama Kazimierz, pero los turistas lo conocen como el barrio judío. Antiguamente, fue una ciudad independiente en la que se establecieron los judíos, protegidos por las leyes tolerantes del rey Casimiro III, y donde, con el paso del tiempo, fueron prosperando y enraizando sus familias y su cultura, conviviendo con los cristianos puerta con puerta. Cabe recordar el peso que tenían los judíos en Polonia, pues, antes de la Segunda Guerra Mundial, suponían casi un cuarto de la población de Cracovia. 

mural judio Kazimierz cracovia polonia
Mural con motivos judíos en el barrio de Kazimierz

Un punto neurálgico de Kazimierz es la Plaza Nueva, un espacio rectangular con un edificio central en forma de rotonda que se conoce como Okrąglak. Se trata de una zona comercial, con puestos donde pueden comprarse antigüedades, bisutería o alimentos, como las zapienkankas, una especie de panini muy valorado por los jóvenes que vuelven de fiesta a las tantas de la madrugada. Adentrarse en Kazimierz es como viajar a otro lugar, a otra época. En la calle Szeroka, la música klezmer que tocan los intérpretes callejeros envuelve al visitante, así como el aroma especiado de los restaurantes cercanos, que rinden homenaje a la gastronomía judía asquenazí y sefardí.

cartel hebreo cracovia polonia
Señalización de un hotel en hebreo y en polaco

En esa misma calle, una pequeña foto en un portal nos recuerda dónde vivió Helena Rubinstein, un personaje fascinante. Era una joven con inquietudes y aspiraciones que emigró a Australia en 1902 con una mano delante y otra detrás, esperando labrarse un futuro diferente del que le esperaba en Cracovia: el matrimonio y la vida en el hogar. Y vaya si lo consiguió. A partir de una estrategia de marketing nunca antes vista, logró crear una de las primeras compañías de cosmética del mundo y una de las mayores empresas internacionales de la época. Cuando le preguntaban por su edad, siempre se sumaba años, para que, inconscientemente, los interlocutores achacaran su buen aspecto a sus cremas milagrosas. Se dice que era inteligente, divertida y ocurrente, toda una escaladora social que se rodeaba de la flor y nata de la sociedad, viajó por todo el mundo y creó un gran imperio.

Padre Bernatka cracovia polonia
La pasarela peatonal Padre Bernatka, que lleva a Podgorze

Además de Rubinstein o Copérnico, la ciudad ha tenido una relación estrecha con otras muchas celebridades, desde Juan Pablo II hasta Roman Polanski, pasando por Tadeusz Pankiewicz. ¿Quién es Pankiewicz? Era el farmacéutico del gueto de Cracovia, otra figura increíble de la ciudad. Que ahora mismo esté escribiendo sobre él es la consecuencia de uno de los periodos más oscuros de Europa y que marcó profundamente la historia de Polonia: la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación nazi de Cracovia, se creó el gueto judío de Podgorze, un barrio aislado al otro lado del río. Tras vaciar la zona y reubicar a la población en otras partes de la ciudad, trasladaron allí a todos los judíos, la mayoría de ellos residentes en Kazimierz. Nadie podía entrar ni salir. Pankiewicz regentaba una farmacia en la pequeña plaza del mercado del barrio y consiguió un salvoconducto para seguir trabajando allí, por lo que acabó siendo la única persona no judía que tenía autorización para entrar y salir del gueto. Aprovechando su posición, se dedicó a hacer contrabando de alimentos, medicinas y otros productos, a esconder y a sacar del gueto a personas que iban a ser deportadas a campos de concentración e incluso a colaborar con la resistencia polaca. Hoy, delante de su farmacia, convertida en museo, se encuentra el memorial de las víctimas del gueto: una conjunto de sillas vacías repartidas por toda la plaza. Es una de esas obras de arte que no tienen ninguna placa explicativa, que despiertan la curiosidad de los visitantes, y que no hay que entender, sino sentir. En mi caso, y sin intención de influir a nadie, llegué allí de noche, bajo una ligera llovizna, y lo que sentí fue vacío.

 
 
 

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